sábado, 30 de noviembre de 2013

El corazón y sus infiernos. Fragmento 4. Por Anayeli Castañeda.

Elena:
Me paré enfrente del edificio de mi nueva escuela: Ciencias políticas y sociales. A mi madre se le había hecho extraño que yo eligiera esa carrera dada mi personalidad: tímida y seria, decía que en esa carrera no veía futuro para mí... pero Diana me había enseñado que si deseaba algo tenía que luchar por eso con todas mis fuerzas para que fuera capaz de hacerse realidad.
El edificio era algo viejo y desgastado pero muy grande, tenía que aceptarlo. Temblorosa entre sintiendo que todos me volteaban a ver, aunque no fuera cierto, ¿Por qué esa maldita sensación siempre me perseguía cuándo visitaba un lugar desconocido?
Agaché la mirada sin poder evitarlo. ¡Qué bien empezaba mi plan de conquistar a un chico! Pero... sin Diana ese plan parecía estúpida y sin sentido. Yo necesitaba a mi mejor amiga, a mi lado... para que me diera fuerzas para seguir con mi gran deseo.
Saqué mi horario correspondiente de la bolsa y busqué con la mirada que salón me tocaba. Confundida alcé las cejas al ver que no tenía la menor idea de cómo llegar... Desesperada empecé a merodear sin decir palabra a nadie... ¿tanta estúpida pena por preguntar dónde se encontraba el salón D-101?
Subí hasta el piso cuarto, pero al voltear y no ver a nadie bajé corriendo y con el corazón agitado. Piso tercero: sólo salones con la letra A. Miré mi reloj digital colocado en mi mano izquierda: 7:10.
Horrorizada empecé a correr al piso segundo sin éxitos.
Desesperada vi una puerta al fondo de ese piso y al percatarme que era el baño me dirigí ahí para no verme como una tonta.
Ese día, sin duda alguna, iba de mal en peor.
 
Melany:
Di una mordida a la manzana y al intentar tragar me arrepentí. Aún sentía un nudo en la garganta por culpa de Héctor, ¿Cómo era posible que un simple chico pudiera torturarme tanto? ¿Podría yo sobrevivir ante los recuerdos inminentes que me acechaban a cada segundo?
Suspiré al darme que la respuesta sería no.
Escupí el pedazo de manzana y ésta la tiré en un arbusto.
Lo más extraño es que siempre había sido puntual en todo o lo intentaba, pero ese día iba tan desconcentrada que aunque mi reloj ya marcarán las 7:10 yo seguía caminando con tal tranquilidad cómo si llevará 20 minutos de anticipación.
Di un pasó mirando el suelo y el sonido de un pitido me hizo reaccionar de manera rápida, e instintivamente me aventé hacia atrás cayendo de espaldas sobre la banqueta.
-¡Estúpida! ¡Fíjate! -Gritó el conductor del auto que había estado a punto de arrollarme.
Mi corazón latía desenfrenado al sentirme tan cerca de la muerte... ¿Qué diablos?
Enojada, frustrada y triste dirigí mis manos a mi abdomen sintiendo las cicatrices del día anterior... sin poder evitarlo saqué las tijeras de mi bolsa y abrí de nuevo las heridas pero de manera menos grave para que no se traspasará la sangre a la ropa. No tenía tiempo para volver a mi casa a cambiarme.
Al calmar un poco mis sentimientos suicidas me levanté despacio y caminé hacia la facultad, la cuál se encontraba ya muy cerca.
Entré y con gran decepción recordé que había olvidado mi horario en mi casa, así que no tenía la menor idea de cuál era el salón que me correspondía. Un chico, unos dos años mayor, se encontraba afuera merodeando por los pasillos y me pareció el candidato perfecto para guiarme hacia un baño.
-En el segundo piso, al fondo, ¿Eres nueva, eh?-cuestionó inspeccionándome completa.
-Sí- Respondí de forma tajante y empecé a buscar las escaleras alejándome lo más rápido que podía de él.
-Claro, de nada novata- Escuché gritar a aquél chico a lo lejos.
Encontré las escaleras y subí corriendo. Al llegar al segundo piso, desesperada, busqué la puerta de los baños y con rapidez la halle.

Annie Cas

 

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